jueves, 2 de noviembre de 2017

EL ENSAYO CATALÁN

A la vista del cariz que en los últimos años ha ido tomando el proceso independentista en Cataluña, un deseo de segregación que se viene repitiendo a lo largo de la historia, hemos dedicado parte de nuestro análisis a la situación catalana, ahora que esos anhelos vuelven a aparecer con un masivo apoyo popular. Particularmente, son tres artículos los publicados en diferentes medios. Por orden cronológico son estos: “El asunto catalán: de aquellos polvos estos lodos” (enero de 2016) y, en estas últimas fechas, otros dos: “Cataluña, víctima de la ineficacia y de la obstinación” y “Cumplir las leyes”.
Estos son algunos párrafos entresacados de esos tres artículos, escritos antes de desencadenarse los hechos que han tenido lugar desde el día 28 de octubre, en concreto: la confusa declaración unilateral de independencia (DUI) y la inmediata aplicación del artículo 155 de la Constitución, aprobado previamente en el Senado.

“Cataluña ha estado reivindicando la independencia desde el siglo XIV. En 1716, a raíz de la guerra de Sucesión, Felipe V, tras la promulgación del Decreto de Nueva Planta, derogó las leyes y las instituciones catalanas.  Cataluña, con idas y venidas, ha mantenido la autonomía, a saltos, durante un largo periodo de tiempo, pero, según las investigaciones de expertos historiadores, Cataluña nunca ha sido legalmente independiente”.

“Pensamos que la petición popular de independencia  tiene un carácter emocional, y que esto no es una reivindicación  por razones económicas o  sociales”.

“El problema se ha enquistado porque el actual sistema socioeconómico y este modelo político "pseudodemocrático" no tienen una respuesta, que no sea violenta, cuando se enfrentan dos poderes, en este caso políticos”.

“Quiero decirles a los promotores de la iniciativa independentista que nunca se ha conquistado la segregación o la independencia sin el uso de la violencia. Tampoco se ha derrotado a un sistema económico y social a través de las urnas”.

A partir de la fecha señalada, 28 de octubre, el ingenuo ciudadano ha podido observar, atónito, que después de tanto tiempo, de tantas acciones por parte de los independentistas, de las masivas movilizaciones, el asunto ha reventado como un globo, quedando todas esas manifestaciones en agua de borrajas. Algo que nos resulta sospechoso y nos invita a la reflexión y a la inferencia atrevida de lo que podría ser algo muy diferente a la farsa que nos han querido “vender”. Algo que podría formar parte de un plan de mayor alcance, como trataré de explicar de la mejor forma posible.
Al margen de los acontecimientos que, de una u otra forma, estamos viviendo, o a los que estamos asistiendo desde la distancia, por desconfiar de la autenticidad de los hechos, nos atrevemos a adentrarnos en este asunto, en forma de ensayo, de lo que podría ser lo que definimos como el ensayo catalán, por sospechar, y sólo sospechar, que se trata de una tapadera para alcanzar otros objetivos diferentes a la mera represión frente a la reivindicación secesionista.
Emplearemos aquí el término “ensayo" en un doble sentido: en lo que podría ser una experiencia política con unos fines muy distintos a lo que nos han mostrado, y, por otro lado, en la forma de atajar el problema desde mi óptica personal. Una manera de abordarlo menos científico que el análisis, pero como una forma más libre de aproximarnos al conflicto, a sus consecuencias, a las intenciones, a sus raíces y a los elementos más oscuros que han podido entrar en juego. En el ensayo, el pronóstico es más arriesgado que en el análisis, pero tiene la ventaja de que el rango de libertad con el que se expresa permita descubrir lo que permanece intencionadamente oculto.


La patronal y el Procés
Como dijimos en alguno de los artículos citados, mientras los políticos catalanes hacían y deshacían a su antojo, el poder económico permanecía inerte. Pareciera que no se tomaban en serio ese Procés, pensando que “la sangre no llegaría al río”. Algo que alimenta nuestras sospechas. Una vez que el llamamiento a las urnas el primero de octubre movilizó a más de dos millones de personas, debieron creer que el asunto apuntaba maneras. El asunto, a modo de ensayo, se les iba de las manos. Es entonces cuando comienza un ejercicio de presión, desplazando las sedes de las empresas más potentes fuera de Cataluña, haciendo buena la máxima, que alguna vez he expuesto, según la cual “cuando (la clase dominante) barrunta que su poder puede quebrar, no dudan (sus agentes) en tomar medidas desorbitadas y desproporcionas a los efectos que algunos acontecimientos pudieran producir”. Aunque la medida se limita a eso, a ejercer presión, porque las instalaciones y la producción siguen en su lugar de origen. Sin embargo, eso es una buena señal para el Gobierno de Rajoy, lo que le reforzó en su posición de acoso y derribo.
Pero el asunto no está cerrado y podría ser que las intenciones del ensayo, en las que nos centraremos a continuación, no resulten como se espera. En expresión vulgar: es posible que la herida se cierre en falso. Los grupos más reaccionarios, incluido el PSOE, tienen puesto el punto de mira en las elecciones convocadas para el día 21 de diciembre, en la creencia de que ganarán, y cerrar el asunto. ¿Y si no ganan?
Cabría pensar que los políticos catalanes, con o sin su anuencia, han sido utilizados para llevar a cabo el juego.

Lo que se persigue
Podría ser que el poder económico, la oligarquía, haya utilizado ese deseo independentista de los catalanes para comprobar hasta qué punto los ciudadanos son capaces de soportar cambios que degrade aún más la actual situación y crear un nuevo modelo político aplicable al Estado en su conjunto que sustituya al vigente, totalmente agotado. El enfrentamiento a la intención secesionista permitiría cerrar filas en torno al nacionalismo centralista de todos los partidos que se autodefinen como constitucionalistas (PP, PSOE y Ciudadano). La adhesión incondicional del PSOE a las medidas represivas del PP en Cataluña parece una medida orquestada para recuperar el bipartidismo, pero en este caso no se trataría de la alternancia cada dos o tres legislaturas. Descartado el apoyo nacionalista al partido más votado, como ha venido siendo habitual en años anteriores, la estrategia “democrática” consistiría, a partir de ahora, en la consolidación de una sola opción al estilo alemán participada, de una u otra manera, por PP y PSOE. La iniciativa ya estaba en marcha porque, como una pieza más del plan, en la actualidad el PP gobierna gracias al apoyo de los falsamente llamados socialistas.
Este nuevo modelo se traduciría en una democracia autoritaria (flagrante contradicción) que protegiera a los actuales corruptos y ocultara la corrupción futura.
De esta manera, el raquítico panorama político, desconfigurado el esquema izquierda-derecha, quedaría así: Un bloque mayoritario PP-PSOE, una débil oposición de Podemos e IU, una serie de minorías nacionalistas desarticuladas y un grupo de extrema derecha, dispuesto a apoyar las políticas más reaccionarias.  

A modo de conclusión
Si todo el fenómeno catalán ha sido un teatrillo para propiciar los deleznables fines señalados, lo podremos comprobar en los próximos meses al observar en qué se traducen las desmedidas acusaciones y las penas solicitadas por la fiscalía a los dirigentes catalanes. De momento, es sorprendente que los grupos políticos derrotados, que rechazan las medidas del artículo 155 de la Constitución, hayan anunciado que se presentarán a esas elecciones que se han convocado al amparo del citado artículo.
Sea una cosa o sea otra, sea un ensayo para cambiar el escenario político para seguir protegiendo a la oligarquía, o sea el fruto de unos políticos oportunistas que quieren su propio reino de taifa, las víctimas son las de siempre: el pueblo llano, engañado y manipulado al que le han arrastrado por la vía de las pasiones, como si de una disputa futbolera se tratara. La frustración y el desengaño van de la mano y ya no causan mella en una sociedad demasiado castigada. Los desaprensivos políticos de uno u otro bando, independentistas o inquisidores, deberían ser castigados con el mejor instrumento a nuestra disposición: la abstención. Pero mucho me temo que en diciembre las urnas se llenarán aunque los elegidos sigan siendo nuestros verdaderos enemigos.



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