domingo, 19 de marzo de 2017

UN FUTURO INCIERTO

El sistema de explotación capitalista arranca a raíz de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XIX, distinguiéndose de etapas anteriores por la consideración de la fuerza de trabajo como un tipo más de mercancía. Desde entonces hasta nuestros días el sistema se ha caracterizado por la desigualdad como su principal razón de ser. Desde el comienzo ha  tenido lugar una progresiva mejora de las condiciones de vida  de la clase trabajadora. Sin embargo, hace ya un par de décadas que esa situación ha sufrido un quebranto. Se ha producido una inflexión. El momento que vivimos y el futuro, en países como el nuestro, bien pueden ser calificados como inciertos.  

El desarrollo tecnológico es fruto de la dinámica capitalista según la cual el objetivo que se busca es el del beneficio máximo al menor coste. Por esa razón, se ha ido reduciendo la fuerza del trabajo a costa de la automatización de los procesos productivos. La acumulación progresiva ha dado pie a la inversión en nuevos métodos y más potentes sistemas automáticos, hasta llegar en nuestros días a la robotización, monitorización e informatización en la industria y en los servicios. Todo ello con una creciente disminución de mano de obra. Algunos autores, como J. Rifkin,  se atreven a augurar el “fin del trabajo” a mediados del presente siglo.
Pero todo esto pasa desapercibido para el aparato político. Mientras, el trabajo estable va desapareciendo y va siendo sustituido por precariedad, inestabilidad y pobreza. Mientras, la sustitución de mano de obra va siendo sustituida por robots y ordenadores. Mientras esto ocurre, los políticos se dedican al mero debate, a la descalificación recíproca, a la lucha por el acceso al poder o a mantenerse en él, en uso del insulto, de la mentira y de la demagogia. Es como si inconscientemente huyeran de la realidad, en esa realidad en la que el poder real les otorga un espacio privilegiado. También habría que añadir, a esa desatención al problema, la falta de capacidad para abordarlo.

Algunos autores, entre ellos E. Wallerstein,  señalan que parece que el mundo ha caminado en positivo, a modo de “ley del trinquete”, es decir, se han producido avances y retrocesos, pero los avances han superado a los retrocesos de manera que en valor absoluto las sociedades han mejorado. También es cierto que muestra sus dudas de cara al futuro.  

Decimos que ahora vivimos momentos de incertidumbre, de desasosiego, porque se ha producido un desajuste entre el progreso tecnológico y la capacidad de consumo de los ciudadanos. Entre el crecimiento del capital y la reducción de las rentas del trabajo. Y esto implica una profunda ruptura social que no se ha producido en otros tiempos. Así, en los tiempos de la semiesclavitud, a comienzos de la industrialización de los procesos, los patronos pagaban el salario suficiente para la subsistencia y la posibilidad de reproducción para mantener la fuerza de trabajo necesario. Esta situación daba pie a una forma de organización social marcada por dos clases antagónicas claramente definidas y acotadas: explotados y explotadores. Más adelante, debido a la superproducción, por el desarrollo tecnológico, fue necesario convertir a la clase trabajadora en masa consumidora. El tremendo incremento de la productividad, el movimiento obrero y el miedo a la “amenaza” de la Unión Soviética dio lugar a la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora. De esta forma, se aprovechó la oligarquía para inventar términos tales como estado de bienestar y clase media, intentando ubicar allí a amplios sectores sociales para desclasarles y negar la lucha de clases. Y es cierto que han logrado que, poco a poco, esos sectores hayan huido de su verdadera condición. En estas circunstancias, aunque con una clara división por clases, el sistema ha conseguido adecuar la nueva organización social a las relaciones de producción, desactivando a la sociedad e instalando la indiferencia y la estabilidad que demandan para seguir incrementando la grieta entre ricos y pobres.
Sin embargo, debido a la deriva del modelo instalado, se están produciendo dos fenómenos divergentes que dan lugar a una situación inédita. Por un lado, tal como hemos señalado, la tecnología está eliminando mano de obra, sin que, a ciencia cierta, sepamos donde está el límite. Por otro, y como consecuencia del punto anterior, la mano de obra es menos necesaria, y los empleos cada vez son más precarios y peor remunerados, por lo que la capacidad global de consumo cada vez es menor. La codicia de la clase dominante, la incapacidad de los políticos y esa ausencia de reacción del pueblo nos llevan por un camino cuyo destino es tan novedoso como incierto.


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