domingo, 11 de agosto de 2013

CUENTO DE VERANO: DE LOS HECHOS A LOS DESEOS.

Por lo que finalmente supimos aquellos que, ensimismados, dedicábamos el tiempo a nuestros cotidianos quehaceres, Berzas formaba parte de un sucio “negocio”, y  era el encargado de recaudar los donativos que, más que dádivas, eran la  condición indispensable para poder participar en el obsceno juego del “te concedo tal obra pública si previamente has pasado por caja”. Berzas formaba parte de una panda de truhanes que vivían de espaldas a los súbditos de aquel lugar, esos que, cada día, se esforzaban por llevar algo de sustento a sus casas. Berzas controlaba los dineros que entraban y salían, para lo cual apuntaba en su libreta  cada uno de los movimientos. Por lo que más tarde se supo, esa panda de facinerosos  recibía periódicamente una suma importante de dinero. Dinero que no se correspondía con trabajo realizado. Unas entregas fraudulentas que les cegaban y les impulsaban a pedir cada vez cantidades mayores. Berzas, debido a los servicios que prestaba a los demás, era un elemento protegido y mimado, una excelente persona, como los demás le calificaban. Con un tono balbuceante que le denunciaba, en cierta ocasión, alguien se atrevió a decir de él: “nadie podrá demostrar que no es inocente” (fin de la cita). Pero después, como veréis, pasaron de la lisonja al más absoluto desprecio, algo muy propio de aquellos que los de abajo suelen llamar gentuza, aunque su ignorancia les ciegue a estos, y  elijan a aquellos para dirigirles.
Sin embargo, más tarde que temprano se descubrió el “pastel”. La codicia ciega y embrutece a quienes tienen ese afán de enriquecimiento sin límites. Lo que para el pueblo es una verdadera estafa, la ambición en combinación con las alucinaciones de las perturbadas mentes de aquellos les hicieron creer  que esos hechos eran normales. Es entonces cuando comenzaron a aparecer grietas, y sus impúdicos actos salieron a la luz.
Todo comenzó porque surgieron voces que denunciaban a aquellos que recibían regalos, aunque esto se quedó pequeño frente a los descubrimientos posteriores.
Corruptores y corruptos formaban un clan en el que era difícil distinguir a unos de otros. Aquello era un totum revolutum, que los habitantes visualizaron atónitos en la retrasmisión de una especie de ceremonia nupcial de uno de un vástago de uno de los  mayores implicado en la trama. Eso era una verdadera “familia” en la que no era fácil distinguir en cual de ambos bandos se encontraba el más canalla o el más ruin. De lo primero que los habitantes de por allí se enteraron fue de ciertas conversaciones entre pares. Perdido ya el pudor, uno (corruptor) le decía a otro (corrupto): “te quiero un huevo”, a lo que el querido contestaba: “y yo te quiero más que a mí mismo” (licencia literaria). En otro momento, uno con menos de cien gramos de cerebelo le pedía al mafioso manjares para cierta celebración casera. En fin, un escándalo que se hizo público, dando pié  a lo que vendría mas tarde, a la parte mollar de la generalizada corrupción.
En algún momento, alguien se percató de que el tal Berzas había acumulado una desorbitada cantidad de dinero que tenía repartido a lo largo y ancho de este planeta. Mucho dinero para haber sido ahorrado a lo largo de su vida laboral como simple cajero, a pesar de que estaba bien pagado. Cómo no. Esto ya pasaba a palabras mayores. El pueblo llano se enteró de que aquel que había llegado a mandamás a través de la mentira, así como todos sus secuaces, habían recibido cantidades de dinero que Berzas les suministraba en sobres o en cajas de cigarros-puros. Esto era más gordo que aquellos hechos en los que se mezclaban los regalos con la gilipollez de los agraciados. 
El cajero repartía, pero se quedaba con una parte. Era como el diezmo de las cantidades que algunos corruptores pagaban para recibir los favores de los que disponían ilícitamente de los dineros públicos, que con tanto esfuerzo los súbditos depositaban en las arcas de aquel país. ¿Qué digo el diezmo? Eso era más del 10% de lo entregado porque parecía imposible que en tan corto periodo de tiempo  Berzas hubiera acumulado tanta riqueza.
Así que, inevitablemente,  Berzas quedo encerrado tras los barrotes de la prisión de aquel lugar. Al verse en tal situación, no le quedó otra que “tirar de la manta”. Muchos se lo pedían con ahínco. Fue entonces cuando el encarcelado hizo pública la relación de aquellos que habían recibido ingentes cantidades de dinero, burlando las normas legales de aquel país.
A partir de ahí, aquellos que le protegían comenzaron a repudiarle y a abandonarle como si nunca hubieran tenido nada que ver con él. 
Los que gobernaban, receptores de esos dineros, seguían mintiendo y negando que tal cosa fuera así. Nadie del lugar les creía, pero ellos “erre que erre”.
Llegó el cálido estío con esos días de calima y esas noches de insomnio a causa del sofocante calor. Era un tiempo de olvido, un tiempo de parálisis. La mayor parte de los  cronistas estaban aletargados como los galápagos lo hacen hasta que llega la primavera. Era como si la corrupción hubiera sido una pesadilla. Ahora nadie hablaba de Berzas, ni de los demás beneficiarios, esos de los que habían hinchado sus arcas con el dinero público. Los pocos voceros que seguían activos intentaban distraer  a las gentes, despertando a la “bicha” de un caluroso verano, tratando un viejo y manido asunto reivindicativo que tiene su origen en las maniobras de unos ineptos reyes de antaño que eran capaces de vender su alma al diablo con tal de ocupar la poltrona.

Pero pasado un tiempo, el asunto de la corrupción comenzó a removerse. El viento otoñal comenzó a despejar las mentes un tanto abotargadas de la plebe. Otra vez, los comentarios, las noticias, las crónicas, y un ambiente demasiado enrarecido. Los que mandaban volvieron de sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Sin embargo, aquello se hacía irrespirable, no cabían más contradicciones entre sus “cuentos” y la realidad. La presión fue tal que no tuvieron más remedio que huir, que abandonar sus cargos. Aquellos que se las prometían tan felices haciendo y deshaciendo a su antojo. Todo aquel tejemaneje sirvió, al menos, para que una buena parte de los habitantes del lugar, desencantados, desistieran de elegir a aquellos que se erigen en dirigentes para beneficio personal único y exclusivo.   

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