“Somos mayoría” para ver la final
de fútbol de este último campeonato. Eso sí, pero para poco más. Somos mayoría
para sentarnos ante el televisor y tragarnos todos los acontecimientos deportivos
que nos ofrecen, sutilmente encadenados para que no tengamos tiempo ni de
respirar: tenis, fútbol, ciclismo, olimpiadas, etc., etc.
A Julio Anguita, a pesar de su
edad y de su trayectoria le faltan conocimientos de la ciencia de la historia,
del materialismo histórico y del análisis llevado a cabo por tantas personas a
lo largo del tiempo.
Cuando Anguita propone esa movilización en torno a un
programa, algo que se ha convertido para él en una obsesión, ignora bastantes
cosas. La primera es que ninguna revolución de los de abajo, que es lo que
procedería ahora, se ha llevado a cabo al amparo de un documento escrito al
estilo del que él muestra, ni de nada que se le parezca. El recurso del programa con propuestas no pasa de ser
una medida de carácter reformista en el marco del actual sistema, algo que,
en el supuesto de conseguir lo que se pide, no iría más allá del logro de unos simples
intereses inmediatos, nunca de clase.
La segunda cosa que ignora, con ese ímpetu
rebelde que manifiesta, es el análisis de los clásicos cuando hablan de las condiciones objetivas y subjetivas
necesarias para el cambio. En estos momentos, no hay ni agitación social, ni
debilidad en la política de los que dominan, ni penuria o hambre generalizado,
pero, sobre todo, no existe una clase organizada, como agente transformador,
que obligue a caer al poder vigente, y esto no se improvisa de la noche a
la mañana, los truhanes y la sinrazón nos han ganado la partida.
Por el contrario, lo que si hay es
ignorancia, ingenuidad, indiferencia y miedo, sobre todo miedo, y con el miedo
no se va a ninguna parte. El miedo es antagonista del poder, a más miedo menos
poder y a más poder menos miedo, y ahora las mayorías están cagadas de miedo.
Cuanto me gustaría aplaudir y
apoyar la nueva propuesta de Julio Anguita, pero este será un intento fallido
más de los que se están sucediendo en los últimos tiempos. A mi modo de ver,
como ya he manifestado en repetidas ocasiones, se confunde lo deseable con lo posible, y fracasará porque, además, esas
propuestas no se sustentan en los cimientos de la realidad social que vivimos.
Lo que parece que también ignora J. Anguita es que cuando se intenta llevar a
cabo una acción sin éxito, refuerza el poder del que lo tiene. El posible
conato de miedo de los poderosos al ser cuestionado su poder se diluye ante el fracaso o la inacción de
los de la propuesta, lo que permite que ese poder aumente al comprobar que no
pueden con ellos.
El 15 M nace como fruto de la
ignorancia y de la ingenuidad. Parecía
que se iban a comer el mundo, pero poco a poco aquello se ha ido
convirtiendo en agua de borrajas, es decir, en un fiasco. Muchos teóricos, en
esa confusión de lo deseable con lo posible, se han dedicado a elaborar
propuestas que sólo han servido para incrementar su currículo personal o su
promoción política. Hace unos meses apareció un libro que se titulaba algo así
como “Hay alternativas” escrito por tres economistas. ¿Alguien se acuerda ahora
de esas 115 propuestas que se incorporaban al texto? ¿Ha provocado alguna
variación en el ritmo de los acontecimientos socioeconómicos? Ninguna; sin
embargo, uno de sus autores ha conseguido ser elegido diputado por IU, y ahí
está como uno de tantos.
Desde el riguroso análisis no es
difícil concluir en que esta intentona de Anguita está llamada al fracaso desde
el mismo momento de su anuncio. Esto sólo supondrá una muesca más en su
reputación o en su prestigio personal, aunque no sea esto lo que vaya buscando.
Hay una cita de L. Trotsky de
1937, que forma parte del prólogo al Manifiesto Comunista de 1848, que dice
así: “El error de Marx y Engels, respecto a los
plazos históricos, provenía, por una parte, del menosprecio de las
posibilidades ulteriores inherentes al capitalismo, y por el otro lado, de la sobreestimación
de la madurez revolucionaria del
proletariado”. Dejemos de lado lo del menosprecio de las posibilidades de
trasformación del capitalismo para centrarnos en la otra condición, la de la
sobrestimación de la madurez revolucionaria del proletariado. Inmadurez que yo
hago extensiva a todas las demás dimensiones
intelectuales de esta especie nuestra. Inmadurez de los “arriba” por
manifestar ese afán de enriquecimiento sin poner límites, inmadurez de las
clases más o menos “acomodadas” por imitar a los que más tienen. Inmadurez de
las clases más oprimidas por no ser capaces de luchar, cuando las
circunstancias lo permiten, para subvertir el sistema en el que esos sectores
son los perdedores; inmadurez por no haber mantenido los logros alcanzados en
algún momento; inmadurez por aceptar y adoptar los esquemas y la ideología de
las clases dominantes, y por dejarse embaucar por los poderosos a través de los
políticos y los medios de comunicación. Inmadurez, en suma, de la sociedad en
su conjunto por estar como estamos, cuando cabría la posibilidad de vivir y
convivir con arreglo a los dictados de unos determinados valores, descubiertos
hace ya bastante tiempo, cuya puesta en práctica nos haría de verdad humanos y,
por otro lado, de mantener la conveniente armonía con el entorno natural (http://www.gilpadilla.bubok.es/libros/193055/EN-LOS-LIMITES-DE-LA-IRRACIONALIDAD-analisis-del-actual-sistema-socioeconomico).
Por lo tanto, mientras no se
contemple la realidad social y la capacidad intelectual de los individuos que
conforman este tipo de sociedades, será totalmente estéril llevar a cabo
propuestas que se traduzcan en algo positivo para esas mayorías. Partiendo de
esas premisas es necesario, además, analizar esa realidad social para ir
construyendo una verdadera alternativa que se soporte sobre las contradicciones
del sistema, con la posibilidad de que esas contradicciones vayan generando
rechazo entre la ciudadanía, por ejemplo, que la asfixia y la reiteración
informativa de los medios provoque rechazo en una amplia mayoría, pero eso se
ve lejano cuando un total de 15,5 millones de españoles y españolas vieron la
final de fútbol en la que el equipo español vencía al italiano, eso que
despierta la euforia de las masas y que escapa a mi reducida pasión por algo
que me viene tan de lejos.