domingo, 15 de abril de 2012

CUENTOS DE ADULTOS PARA ADULTOS: (1) DE CÓMO EL ENGAÑO SE ENSAÑA CON LA INGENUIDAD Y LA IGNORANCIA, O LA BÚSQUEDA DEL BENEFICIO PROPIO DIFUNDIENDO UNA ESTÚPIDA TEORÍA DEL BIEN COMÚN

Érase un lugar llamado Prostibulandia  en el que sus pobladores habían llegado a tan lamentable estado, que se les veía ahora dominados por la confusión,  por el miedo y por la pobreza. Ya hacía tiempo que la ignorancia había pasado a la categoría de normal. Sin embargo, hubo una época anterior en la que unos trabajaban para otros, a los que se les conocía con el nombre de patronos. Los  patronos poco a poco se fueron enriqueciendo, los trabajadores sacaban lo justo para subsistir. Como los obreros veían que su trabajo hacía engordar el capital de sus patronos, comenzaron a reivindicar mejoras en sus salarios y en sus  condiciones laborales. Unos cuantos, los más atrevidos, les dijeron a los demás que había que luchar para conseguirlo. Así comenzaron las huelgas y los paros hasta que los patronos se dieron cuenta de que si se paraba la producción sus arcas disminuirían. Entonces se vieron obligados a conceder esas peticiones que los obreros les hacían. Luego se dieron cuenta de que eso de subir los sueldos les venía bien porque de esa manera podían venderles los productos que fabricaban.
Pero llegado un momento, los ricos eran tan ricos que ya no tenían la necesidad de producir para ganar. Lo que pasa es que como nadie se conforma con lo que tiene pensaron en otra forma de seguir enriqueciéndose. Los más espabilados dijeron: ¿por qué no creamos un negocio en el que el dinero genere dinero? De esa forma apareció un mercado diferente a  mercados como el de las verduras, los pescados y otros semejantes, que eran vulgarmente conocidos por sus pobladores. A ese negocio, lo llamaron mercado del dinero, fijándose en los casinos que se habían creado con anterioridad.  De esta manera, el dinero crecía y crecía sin parar. Era un dinero virtual, pero satisfacía la codicia y el afán por ser más ricos de los que en el juego participaban.
Los demás, los que antes trabajaban, aunque fuera para enriquecer al patrono, se iban empobreciendo poco a poco. Primero, los que salían despedidos de sus trabajos porque sus patronos ya tenían suficiente, luego los jóvenes que no tenían a donde ir. Poco a poco la pobreza se iba apoderando de las diferentes capas sociales. Algunos se creían que nunca les tocaría a ellos, pero se sorprendieron porque, en un momento dado, si que les llegó.
Sin embargo, como si nada pasara, el Rey del lugar, conocido como “el simple”, seguía con sus juergas, sus saraos y sus divertimentos favoritos. Los políticos iban también a lo suyo, lo único que buscaban era el voto a través del engaño, y luego: si te he visto no me acuerdo.
En una situación como la que se estaba viviendo, el lugar se convirtió en un campo abonado para vividores, oportunistas y sinvergüenzas de poca monta.
Cierto día, llegó un tipo de otro lejano lugar que había escrito un libro en el que se proponía otra forma de vida. Decía que había que repartir la riqueza,  que de forma voluntaria los ricos cederían  gratuitamente lo que tenían para dárselo a los demás. Este individuo, en apariencia ingenuo, fingía desconocer por completo la naturaleza de los pobladores de aquel lugar, sobre todo, parecía ignorar la forma de ser de los ambiciosos, de los que vivían, única y exclusivamente, para ser cada vez más ricos. Tampoco parecía ser consciente de que tiempos atrás otros ingenuos ya habían propuesto eso de repartir, en la creencia de que los ricos se cansarían de ser tan ricos. Hacía oídos sordos a una regla elemental que regía en ese lugar, norma  que reza: “el afán de enriquecimiento es proporcional a la riqueza que se tiene”.
Algunos de los habitantes del lugar, cegados por la ignorancia, creyeron que aquello podía ser posible. Así que le dijeron a aquel extranjero que se pusiera en marcha, ¿por dónde comenzaremos?, le preguntaron, pues por ir a los ricos para comunicarles que lo que queremos es el “bien común” para todos los habitantes de este lugar, respondió el extraño. Ni cortos ni perezosos, se fueron a la búsqueda del Sr. Mocasín que era uno de los más ricos del lugar. El hombre, al que le acompañaba en el lecho del dolor uno de sus jóvenes herederos, se encontraba por entonces en el trance de la muerte. Al comunicarle lo que querían, sufrió un sincope que acabó con la poca vida que le quedaba. Algunos dudaron después si el óbito se debió a la petición de esa comisión o a  la historia que el joven familiar le estaba contando para distraerle, una historia en la que se mostraba un mundo idílico sin clases sociales. Da igual una cosa que la otra. Sorprendidos los visitantes que presenciaron el hecho se fueron con el rabo entre las piernas. Al poco tiempo, decidieron visitar de nuevo la sede familiar en la idea de que las riquezas del difunto estaban indivisas. Cuál no sería su sorpresa al ver que los herederos se estaban peleando por un reparto que no les convencía. La bronca llegó a las manos. Los hijos y nietos ya eran ricos de antemano, pero querían más y más. Estos agentes benefactores abordaron al representante de la familia diciéndole: “Ahora que el Sr. Mocasín ha muerto es un excelente momento para repartir sus riquezas entre los pobres de este lugar que se han quedado sin ingresos”. El fulano les miró fijamente, no entendía nada de nada, después de unos instantes reaccionó, y con una voz bronca les dijo: “váyanse a tomar por el culo”.
Los habitantes de aquel lugar se dieron cuenta, después, de que aquel hombre que vino de otras tierras lo único que pretendía, aprovechándose de la confusión reinante, era abusar de una población, ya de por sí castigada, vendiéndoles sus libros y sus estúpidas teorías; comprendieron que aquella teoría del bien común no era otra cosa que la búsqueda del beneficio propio de unos cuantos, pero ya era demasiado tarde, las ediciones de aquel libelo se habían agotado.

Moraleja: en tiempos de confusión, de inestabilidad, de temor, hay que estar ojo avizor para no ser víctima de vividores que quieran aprovecharse de una población supuestamente ingenua, ignorante y empobrecida.

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