lunes, 30 de enero de 2012

LA VIDA Y LA FATALIDAD

En el momento actual se amontonan acontecimientos de índole aparentemente diferente, pero con un sustrato común: el triunfo de la sinrazón. Cambio de Gobierno con una tendencia social regresiva, la exculpación de presuntos delincuentes ante la evidente prueba de culpabilidad, persecución y condena de personas que buscan y luchan por el progreso, corrupción en las más altas esferas del Estado, etc., son algunos de ellos.
En el orden internacional, escapan a las leyes naturales, a la integración social y al supuesto entendimiento individual o colectivo todas las actuaciones políticas que se están llevando a cabo en el marco de la UE. Los recortes, los ajustes presupuestarios y las subidas de impuestos frenan el consumo, lo que supone una merma en la producción y, como consecuencia, un aumento del desempleo, cerrando, de esta manera, un  círculo destructivo de la situación socioeconómica. Es como si se tratara de un tren descontrolado que se dirige de manera irremediable hacia el abismo. Cualquier análisis o comentario sensato niega este tipo de políticas, pero la realidad es que se están llevando a cabo sin que alguien, colectivo u organización, haga algo por evitarlo. ¿A que responde este modo de comportamiento de los que nos dirigen y  la aceptación sin rebeldía de los más perjudicados?.
Además de todos los resortes de los que  el poder dispone y emplea para mantener esta caótica situación, sin caer en creencias esotéricas o supraterrenales, pensamos que existen fuerzas ocultas que se enfrentan a la razón y al sentido común. Quizás esa fuerza sea la abstracción de la trayectoria  errática de esta especie nuestra que ha ido asumiendo de manera progresiva la fatalidad y el sufrimiento como elementos fundamentales de su existencia, en una constante relación de dominio.
Así, huyendo del sensacionalismo, del oportunismo y de la improvisación, hace ya un par de años, en el libro con el título “En los límites de la irracionalidad” escribíamos lo siguiente: “En cierta ocasión oí decir a un ilustre pensador metido a político, de los que ya no quedan, algo así como que las fuerzas del mal tienen más éxito que las fuerzas del bien. Quise interpretar de sus palabras que cuando se dice o se hace algo que pueda suponer progreso para el género humano es necesario esforzarse y empeñarse más que cuando se actúa en contra de la razón. Que la defensa de la verdad es muy  costosa, mientras que mentir es gratuito. Que hay algo de carácter atávico en lo más profundo de la especie humana que le predispone a la aceptación incondicional de la maldad, a la vez que una reticencia para asumir anuncios o hechos encaminados a la superación de las miserias que nos invaden.
Alejados de todo tipo de creencias religiosas, pensamos que es posible que todo ello responda a una especie de embrujo mágico marcado por un pesimismo histórico, consecuencia de una trayectoria errática y desgraciada para las mayorías que pueblan, y han poblado, el planeta.
Este triunfo de la maldad, el engaño y la manipulación sobre la razón y el progreso queda plasmado aquí, en nuestros días, en dos hechos muy concretos: el sucio asunto de corrupción conocido como “caso gürtel”, por cuya causa el fango inunda las estructuras del PP y a algunos de sus máximos dirigentes, y el acoso al juez Garzón, instructor del asunto anterior, en perfecto acoplamiento uno con el otro caso.
En su frenética carrera hacia la conquista del poder político, como exclusivo objetivo de sus dirigentes, el PP busca con  todos los medios a su alcance la nulidad del caso, entorpeciendo la investigación, hasta el punto de acorralar hasta el límite al instructor, en esta ocasión el juez Garzón, distinguido por ser un magistrado ejemplar y valiente.
Pues bien, ante un flagrante sucio asunto de corrupción y una brillante carrera de un juez, es éste el que podría ser castigado frente a la salida indemne de una formación política perversa que utiliza de forma permanente la mentira y la falsa acusación para alcanzar sus metas sin que sus errores, sus corruptelas y sus quimeras les castiguen políticamente. El resultado podría plasmarse en el triunfo del PP en las próximas elecciones generales y en la expulsión de un gran profesional de la justicia, sin que sea probada, ni tan sólo reconocida, la prevaricación o delito alguno relacionado con su función. ¿Qué es lo que se oculta tras este injusto tratamiento entre lo perverso y la razón?”.
Reproducimos el texto tal cual porque, como se puede observar, los pronósticos se van cumpliendo a “rajatabla”.  De momento el PP ha ganado las elecciones. Camps y sus secuaces se han librado de manera vergonzante del delito que la instrucción, la acusación particular y el fiscal les imputaban, con lo que el primer paso para que el PP se desligue del caso de corrupción gürtel se ha dado. Garzón ya ha pasado dos veces por el Supremo, y está a punto de pasar por tercera vez. La primera causa, relacionada con las escuchas, es aquella por la que el juez tiene más posibilidades de ser condenado, lo que tiene claras implicaciones en el citado caso de corrupción. Por lo tanto el segundo paso, en esa línea de intentar eclipsar la culpabilidad del PP en ese feo asunto,  puede estar a punto de darse.  
En el terreno de lo tangible, los grandes medios de comunicación constituyen uno de esos resortes del poder para potenciar esa actitud masoquista de los individuos, incrementando el derrotismo y la aceptación de lo aparentemente irreparable. El oportunismo es el  principal recurso de esas  grandes  empresas de la manipulación y de la información irreflexiva y machacona. Son como buitres en busca de la carroña para luego limitar su papel al sensacionalismo neto, a un zafio tratamiento del acontecimiento y al posterior abandono sin valorar las consecuencias o la proyección social de los hechos. Esos acontecimientos son tratados como sucesos puntuales e inconexos. Los espectadores, imbuidos de ese pesimismo irracional, consumen la información como si fuera un producto fungible, en espera de otras noticias que den rienda suelta a las más elementales emociones que les proporcione de manera puntual una explosión de satisfacción o, en caso contrario, les provoque la repulsa o la indignación. Desgraciadamente, los mass media tienen una enorme influencia en las vidas de los ciudadanos, en la evolución social y política y en mantenimiento de eso que calificamos mundo mágico, porque se han consolidado como puente entre los abusos y desatinos de los poderosos y la resignada aceptación de los hechos de una sociedad no pensante. 

miércoles, 18 de enero de 2012

CASO GARZÓN: INJUSTICIA, ACOSO Y MISERIA



No soy partidario de abordar asuntos de carácter particular, pero el “caso Garzón” tiene una proyección social y política de alcance, por lo que resulta de especial interés entrar en su análisis con el ánimo de sacar a la luz aquello que va más allá de lo evidente, del simple comentario o de las opiniones infundadas que se vierten en los grandes medios de comunicación.
Este asunto, como tantos otros, pone de manifiesto el enfrentamiento entre dos concepciones vitales muy diferentes. Por un lado, quienes con una perspectiva de futuro trabajamos por un mundo de progreso e igualdad; por otro, aquellos que se oponen sistemáticamente a esos valores que nos harían más humanos, gentes inmovilistas, reaccionarios, gentes intelectualmente menos avanzada que, con su extremada torpeza, defienden los intereses de los poderosos. En términos coloquiales, para que todos nos entendamos, podríamos  hablar, de una manera simplista,  de izquierda y de derecha, asociando respectivamente cada una de estas dos opciones políticas a uno y otro modelo de concepción de la vida.
En el caso que estamos abordando, esos sectores reaccionarios y todos los grandes medios de comunicación en su poder, están en contra del juez Garzón, buscan y esperan un linchamiento porque le sitúan en el otro bando, en el lado de los que estamos por un mundo diferente. Las declaraciones de políticos del PP, a través de su soporte mediático, nos aburren por su tono repetitivo con aquello de que “la ley está para que todos la cumplamos”, esa ley, o esas decisiones judiciales, que se convierten en dogma cuando les son favorables, pero que, en caso contrario, no les duelen prendas en descalificar a los que han dictado sentencias que no les favorecen, o que, simplemente, se oponen a sus reaccionarios esquemas. Sin ir más lejos, ahí está el caso “Bildu” en el que el Tribunal Constitucional decidió a favor de admitir las listas presentadas a las elecciones forales y municipales. Les faltó tiempo para acometer contra esos magistrados sin importarles el rango de la institución.
Lo que está pasando con el juez Garzón es un claro caso de acoso laboral y político. Es razonable que jueces y demás profesionales puedan cometer errores en el ejercicio de su trabajo, pero, al margen de esa posibilidad,  ese refractario sector social, en el que se encuentran colegas del propio magistrado,  no soportan que una persona se salga del camino marcado por el sistema vigente, sobre todo cuando se tiene la posibilidad de decidir y de influir con sus decisiones. En palabras de E. Fromm: “El sistema capitalista necesita personas que cooperen sin pensar, individuos que quieran ser mandados, hacer lo que se espera de ellos y adaptarse sin fricciones al mecanismo social”. Cualquier desvío pone en marcha de manera automática  mecanismos destructivos contra el “osado” que se atreve a oponerse al papel que se le encomienda. Por lo general, el acosado suele distinguirse por ser una persona intelectualmente superior, mientras que los acosadores se caracterizan por esa torpeza asociada a una forma de vida irracional e inhumana. Evidentemente en un caso de acoso (popularizado en la actualidad con el término anglosajón de mobbing) se ponen en marcha todas las miserias que esos acosadores domados por el sistema  llevan en su mochila: envidia, venganza, rencor, soberbia, hipocresía, egoísmo,  etc.
El ataque contra Garzón es tan bestial que de antemano podemos asegurar que será condenado; si no por un asunto por otro, o  si no por el tercero. Tres causas abiertas a un juez en tan corto periodo de tiempo es un hecho insólito, por lo que no es necesario esforzarse intelectualmente para concluir en que detrás de todo ello hay mucho más que ese esperpéntico montaje que le han preparado, inventándose esas falsas acusaciones. Sus enemigos han de apostar fuerte porque son conscientes de la popularidad y de la  trayectoria de entrega y eficacia del magistrado a lo largo de tantos años de trabajo en la Audiencia Nacional. La trama contra Garzón es tan miserable, y de tamaña torpeza, que esos sectores reaccionarios, así como los propios jueces que lo juzgan, carecen de la mínima capacidad intelectual que les permita inferir que cuanto mayor sea el ataque contra el juez mayor es su “caché”, es decir, su prestigio y su credibilidad. Por el contrario, el descrédito de todo lo relativo al poder judicial va en aumento, dejando en entredicho a sus agentes, y  dando muestras evidentes de que ese poder es un poder otorgado por el poder real, por el de los que tienen el dinero.
El proceso en curso de las escuchas es tan escandaloso que convierte a los corruptos en acusadores de quien persigue el delito de corrupción, algo inaudito. Quienes están apoyando este sinsentido no se dan cuenta del daño que hacen al modelo político que a ellos mismos les mantiene, pues anteponer los intereses de los corruptos a la actuación de un juez que intenta buscar pruebas del delito, en el que están implicados altos responsables del partido conservador, tira por tierra cualquier principio de justicia, pone en evidencia eso de la separación de poderes y, lo que es más grave, refuerzan la analogía entre corrupción y este tipo de democracia.  
Para finalizar quiero referirme a la exagerada formalidad que se les otorga a las normas legales, a sus autores y a los que las aplican. Por una parte, hay que entender que las leyes son elaboradas por hombres y mujeres imperfectos, como todos, que no están en posesión de la verdad absoluta. Por lo general, son elaboradas por el grupo parlamentario que sustenta al gobierno y su representación no suele ser superior al 30% de la población adulta. La mayor parte de las normas se dictan a favor de ciertos grupos de poder, en detrimento de las clases populares. Las redacciones son ambiguas y no es difícil encontrar flagrantes contradicciones entre normas de igual rango debido a su profusión. Por su ambigüedad y por sus contradicciones, todas las leyes requieren ser interpretadas, por lo que quienes las aplican tienen un importante margen de maniobra, y sus decisiones tienen una evidente carga subjetiva. En consecuencia, ese respeto interesado que se nos exige desde los ámbitos de poder no es más que una forma de coacción al intentar convencer a las masas que la ley es un valor absoluto, que las sociedades democráticas se rigen por el “imperio de la ley”, otorgándole, incluso, un carácter religioso debido a la ancestral creencia de que la elaboración de las leyes tiene un origen divino. En cuanto al perfil de esos aplicadores (jueces y magistrados) hay que resaltar que, en semejanza con otros altos cargos de la administración pública, el acceso al puesto de trabajo se resume en aprobar una oposición en la que se exige única y exclusivamente la memorización de unos 340 temas –que, curiosamente, suelen coincidir con lo estudiado en la carrera de derecho- para  después “cantarlos” como un papagayo ante un tribunal en un periodo limitado de tiempo. Nada de experiencias laborales previas, nada de medida de la capacidad intelectual más allá de la mera memoria, nada de test de tipo psicológico o sanitario. El sistema social y económico vigente ejerce su poder formando y seleccionando a individuos que “cooperen sin pensar” y que se “adapten sin fricciones al mecanismo social”. Por eso, todo aquél “descarriado”, como Garzón, que no se atiene a esos requisitos es perseguido hasta ser expulsado de esa tarea servil que le ha sido encomendada. Acabamos como en otras ocasiones, señalando que éstas son unas de tantas miserias que impregnan a esta especie nuestra sin que se vislumbre signos de cambio significativos de mejora a corto, medio o largo plazo.  

domingo, 8 de enero de 2012

POR QUÉ LO LLAMAN CRISIS CUANDO LA COSA ES MUCHO MÁS GRAVE

A la memoria de mi "hermano del alma" Marcelino que nos ha abandonado físicamente hace un año, pero que siempre estará presente en nuestro pensamiento y en nuestros sentimientos.

Cuando se desconoce la realidad, cuando la realidad se quiere camuflar o cuando no se sabe hacer otra cosa se recurre a los tópicos, a las etiquetas o a la simplificación. Esto es lo que está pasando ahora en este tipo de sociedades en las que se ha roto la dinámica de una forma de convivencia caracterizada por el enfrentamiento, más o menos manifiesto, entre clases antagónicas, aunque capaz de mantener durante las últimas décadas un determinado ritmo que otorgaba a la ciudadanía una cierta seguridad vital y laboral. El sistema capitalista, en su más pura esencia, se ha caracterizado por la búsqueda de beneficios de los patronos, pero durante bastante tiempo el crecimiento económico, aunque con una enorme desigualdad, generaba bienestar para amplios sectores sociales. En esa dinámica hay que incorporar la lucha de los sectores menos favorecidos, es decir, de la clase trabajadora, cuya acción reivindicativa ha influido de manera notable en la consecución de las mejoras de carácter salarial. Por cierto, los momentos de reivindicación, con resultados más eficaces, han tenido lugar cuando las condiciones de vida han dejado un espacio para pensar, para complotar, una vez satisfechas las necesidades básicas.
Debido a que, por una serie de circunstancias,  los sectores productivos ya no generan el beneficio deseado, hecho que ha tenido lugar en otras ocasiones, el mundo capitalista ha entrado en una  enloquecida fase que está generando desconcierto e inseguridad generalizada, a la vez que una nueva forma de distribución de la riqueza, en detrimento de los más débiles. Por un lado, el capital busca otras formas de revalorización en las que es el propio dinero el que genera dinero en un proceso endogámico sin que sepamos  cuál será el resultado final. La burbuja dineraria se va hinchando sin que, de momento, seamos capaces de aventurar el aguante de su envase. Por otro lado, aparecen nuevas bolsas de pobreza, incrementándose de esta manera la desigualdad entre unos y otros sectores de la población. La inercia de una situación anterior de  cierta bonanza para los asalariados, aunque creada de manera artificial, ha desactivado por completo a los que aún mantienen un cierto nivel de bienestar, si bien estos grupos desconocen que deterioro social avanza como un tsunami que va invadiendo día a día a las diferentes capas que configuran la sociedad: primero fue el incremento del paro, luego los recortes blandos, ahora la subida de impuestos, mañana... El objetivo es, tal como hemos señalado en otras ocasiones, destruir por completo eso que conocemos como estado de bienestar. Tal vez sólo sean motivos de carácter psicológico los que se esconden tras esta meta o, siendo más realistas, quizás vean en el sector de los servicios públicos un nuevo espacio para obtener ganancias mediante su absoluta privatización.
Es esta una situación difícilmente digerible para los individuos que ahora deambulamos por estos lugares del planeta que nos obliga a la reducción al absurdo, recurriendo a buscar un nombre con el que nos podamos entender, aunque no sepamos encontrar las causas o los efectos finales del fenómeno. Ese nombre es el de "crisis" con todos los apelativos que, tanto a unos como a otros, se nos antoje: crisis inmobiliaria, crisis financiera, crisis especulativa o crisis económica. Es esta última forma la que se ha estandarizado; es el nombre con el que supuestos expertos se entienden, es el nombre que resuena hasta la saciedad en todos los medios de comunicación, es el nombre con el que amansan a la población civil.
Las crisis de las últimas décadas, con un carácter coyuntural, se han resuelto de forma más o menos satisfactoria porque no afectaban al núcleo del sistema. Pero ahora es diferente. Esto no es una crisis de superproducción, en el sentido de lo que ilustres pensadores han definido y caracterizado. Esto es el agotamiento del propio sistema porque con las actuales y salvajes formas de enriquecimiento, y con otras limitaciones impuestas por en propio entorno natural, no es posible mantener un continuo crecimiento económico que permita vivir dignamente a la mayoría de la sociedad, tal como ha ocurrido en los últimos tiempos. Hay argumentos más que sobrados para saber que, de seguir así, no habrá nunca trabajo remunerado para todos, que la fuerza de trabajo ahora es menos necesaria, que el paro irá en aumento gobierne quien gobierne. Existen muchas semejanzas entre la actual situación y la que tuvo lugar a lo largo de las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX, pero el análisis comparado entre un caso y otro desborda el espacio disponible en un breve artículo como éste. Sólo señalar que deseamos que la resolución de esta nueva situación no sea la misma que a la que se recurrió para poner un final definitivo a lo que se conoció como la “gran depresión”.
Los avances en tecnología, y las mejoras progresivas en las condiciones de vida nos han hecho más débiles y más vulnerables a cualquier contingencia que nos detraiga de nuestro ritmo de vida.  Otras generaciones anteriores y otros pueblos han subsistido y subsisten en medio de la escasez e, incluso, de la miseria porque sus necesidades básicas  eran o son muy inferiores a las de quienes poblamos hoy día estos países de occidente. Por otro lado, disponían o disponen de recursos para mantener esa elemental forma de vida, pero los individuos de sociedades como esta nuestra somos incapaces, o tenemos escasas posibilidades, de subsistir en núcleos urbanos totalmente dependientes de todo tipo de suministros.
A esta debilidad frente a cualquier tipo de contingencia hay que añadir la progresiva pérdida de poder popular frente al incremento de poder de las clases dominantes. En la actualidad este omnímodo poder se ha objetivado,  adquiriendo, en apariencia,  formas impersonales, aunque detrás de esos mercados especulativos, convertidos en nuevos dioses amenazantes, están las grandes fortunas y sus gestores.  
Se hace más vigente que nunca la "ley de la codicia" según la cual el afán de enriquecimiento es mayor cuanto más se tiene, dando lugar a una espiral de ganancia y de locura. La trayectoria de la humanidad en las últimas décadas ha eclipsado las mentes, y ha desubicado a la clase trabajadora. Ha desaparecido la izquierda antisistema (capitalista), no contamos con ningún agente que sea capaz de ofrecer una alternativa sólida y firme. No sabemos la que nos espera a medio y largo plazo, pero esto es lo que hay.

lunes, 2 de enero de 2012

RESUMEN DE UN AÑO

Después de una veintena de artículos publicados en Nueva Tribuna pienso que ahora es un buen momento para hacer una especie de repaso de algunos de los contenidos que con toda mi buena voluntad he ido vertiendo sobre este Boletín de Noticias, tal como este diario se autodefine. El deseo de revisar o resumir algunas de las ideas expresadas coincide con otros acontecimientos, temporales o políticos, de especial relevancia. Por un lado, termina un año y comienza otro del que, algunas voces agoreras, nos dicen que poco positivo se puede esperar en el terreno de lo netamente económico o en el del empleo. Por otro lado, comienza a materializarse lo que para muchos era una evidencia  incluso antes de que el PP engatusara a una masa distraída de su propia realidad, y ganara las elecciones con el engaño y la traición a sus propios electores; la portavoz de turno, después de informar de los “zarpazos” que nos van a dar de inmediato, anuncia que éste es el “principio del principio” lo que hace que propios y extraños nos acojonemos por esta sentencia que nada dice a favor  de los que siempre hemos sufrido las consecuencias de crisis o recesiones creadas por otros. 


La necesidad de la reflexión y el análisis frente a la mera opinión
En mi participación como columnista he intentado huir de la simple opinión. Así en el artículo del día 7 de agosto decía: “con el ánimo de fomentar y dar contenido al pensamiento crítico, las ideas han de quedar expresadas en el texto o en el discurso como fruto de un razonamiento inductivo; es decir, a la observación de los hechos acaecidos en el presente y en el pasado  le han de seguir la reflexión y el análisis para concluir en un resultado que sea fruto, única y exclusivamente, de la inferencia,  con el ánimo de que ese enunciado, esa expresión, se convierta en regla de acontecimientos futuros. Solamente así se evita la polémica y la reducción de la idea a una simple opinión, sólo así adquiere validez la conclusión o el pronóstico. El pensamiento crítico se ha de basar en valores intelectuales que tratan de ir más allá de las impresiones y opiniones particulares, por lo que requiere claridad, exactitud, precisión, evidencia y equidad”.


¿Qué fue del 15M?
Aplicando el método descrito en el punto anterior al  fenómeno que tuvo lugar en torno al 15M, ya dijimos que aquello no podría conducir a otro resultado que aquél al  que estamos asistiendo ahora cuando, con un gobierno de corte puramente reaccionario y antisocial, lo que fue ese fugaz movimiento ha pasado a la triste historia más reciente del fracaso. Para justificar esa conclusión señalábamos por esas mismas fechas, agosto de 2011, que cuando “se hacen peticiones imposibles, suele enardecer a los oyentes o lectores, quiénes se unen a la reivindicación, pero esta forma de plantear  mejoras, sin contar con instrumentos o poder suficiente para obligar al contrario, se vuelve en contra del débil, del sector social más afectado por la injusticia y la sinrazón”. A lo que añadíamos: “una imagen nítida de lo que digo nos la está ofreciendo recientemente el movimiento 15M, al que se han unido en sus protestas y peticiones intelectuales y gentes de buena voluntad. La ausencia, entre otras cosas, de una herramienta que oriente el proceso de lucha, y, sobre todo, de la fuerza necesaria para derrotar al poder establecido, están convirtiendo la protesta en un azucarillo que se va diluyendo en un enorme vaso de agua. Los últimos estertores son y serán simples cabezonadas que sólo servirán para encubrir la ausencia de logros. De esta manera, la indignación se convierte en frustración, y el fracaso refuerza a quienes tienen el poder y el dominio”.


La crisis: una herramienta más de dominio para la pervivencia del sistema
La “crisis económica”, tal como observamos, se ha convertido en un instrumento en manos de quienes ostentan el poder para continuar con su dominio en el marco de un sistema agotado. Para mantener esas relaciones de poder lo único que se les ha ocurrido a los de arriba es ir eliminando eso que conocemos como estado de bienestar, conseguido en décadas pasadas por la lucha y el esfuerzo de la clase trabajadora. Esta torpe medida no será motivo de prosperidad, por el contrario potenciará la inestabilidad y el desasosiego. A primeros de septiembre señalábamos: “ahora, cuando lo que de verdad está en crisis es el propio sistema en su totalidad, la vida se ha convertido en una farsa, y (la vida) está montada sobre el absurdo y la provisionalidad”. Y en noviembre añadíamos: “lo que llaman crisis económica es ahora la máscara de un sistema agotado que, tal vez por cobardía, muchos se niegan a admitir. No se observa, en estos momentos, ninguna fisura por donde empezar a romper con esta agonía”.


La democracia como estrategia del poder económico
Con respecto a la práctica política al uso, allá por ese mismo mes de septiembre, decíamos que “el término democracia se ha convertido ahora en el parapeto político de un sistema injusto tras el cual toda actuación de poder se legitima por una sencilla cuestión nominal del modelo, aunque, en realidad, no es otra cosa que una mera fachada para mantener la mansedumbre de las masas y para contener cualquier intento de rebeldía”. Incluso antes de esa fecha, es decir, en agosto nos preguntábamos: “¿Qué pasa con los gobiernos de las democracias de occidente?”, para añadir a continuación: “la UE, cargada de burócratas bien pagados para cumplir con su función, ha eclipsado la política local. Los gobiernos como el nuestro actúan al dictado de lo que dicen en Bruselas. El espacio de autonomía que les queda se limita a elaborar cuatro leyes relacionadas con aspectos insustanciales. Los recortes, los ajustes y el resto de medidas económicas son dictadas desde la burocracia europea, sometida a las decisiones de ciertos organismos internacionales (FMI, BM, BCE, etc.) que, a su vez, son manejados por los grandes magnates del dinero. A través de esta escala es cómo funcionan  sociedades como la nuestra, excluyendo cualquier participación de la población. Esta forma de funcionamiento ha engullido por completo el contenido político de las denominadas democracias occidentales, que mantienen únicamente la formalidad para engañar y contener, aún más si cabe, a una sociedad dormida e inerme”. Nada más gráfico para dar validez a estas afirmaciones que se hicieron hace tiempo que lo que ha ocurrido en Grecia y en Italia.


La evolución del capital
Ahora escuchamos a supuestos expertos decir que los bancos reciben dinero barato para después comprar deuda de los estados del sur de Europa. En junio del pasado año, describíamos cómo ha ido  evolucionando el capital para obtener la máxima rentabilidad hasta llegar a lo que hoy tenemos: “en estos momentos, con una tremenda burbuja dineraria, los capitales están centrados en la deuda pública, asfixiando a los países del sur europeo”. Y en julio matizábamos: “el colmo de la sinrazón, lo encontramos ahora en el tratamiento de la deuda pública de algunos países de la zona euro, es decir, en el negocio de los especuladores que juegan con la vida de la clase trabajadora de determinados Estados del sur de Europa. Lo que está pasando en estos últimos años raya en la más irritante y perversa actuación llevada cabo por  una panda de descerebrados, a los que los políticos les sirven de comparsa”.


El papel de los medios de comunicación
 Finalizaremos haciendo referencia a los grandes medios de comunicación que están al servicio del poder, y que juegan un nefasto papel en contra de las clases populares. Ya por el mes de junio señalábamos: “en particular los medios se han encargado de envenenar a la sociedad y crear un diccionario maldito con términos tales como revolución, subversión, comunismo, clase dominante, explotación, enajenación y otros muchos entre las que se encuentra antisistema”.  Y un mes más tarde continuábamos: “se ha conseguido el control de los sentimientos y de las emociones a través de los medios de comunicación y el adiestramiento escolar; se ha alcanzado, en suma, un grado extremo de maleabilidad de hombres y de mujeres, abandonados a la suerte del más hábil, del más mentiroso, del más sinvergüenza”.